En un movimiento que eleva las tensiones globales, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, firmó un decreto que amplía significativamente las condiciones para el uso de armas nucleares. Este documento permite ahora la posibilidad de emplearlas incluso contra Estados no nucleares, siempre y cuando cuenten con el respaldo de potencias atómicas, marcando un giro estratégico sin precedentes.
El decreto, que redefine los principios de la política estatal rusa en disuasión nuclear, sustituye al marco de 2020 y refuerza la postura de Moscú ante lo que considera un entorno internacional cada vez más hostil. Con esta decisión, Rusia no solo incrementa sus opciones de respuesta, sino que envía un claro mensaje: los aliados de las potencias nucleares no están exentos de represalias estratégicas.
Este cambio radical en la doctrina rusa busca, según analistas, posicionar al país como un contrapeso más agresivo en el tablero geopolítico, justo cuando las tensiones con Occidente alcanzan niveles críticos. Al expandir los criterios para la posible utilización de su arsenal nuclear, el Kremlin deja claro que considera legítima la disuasión a través de la fuerza, incluso bajo escenarios no convencionales.
La firma de este decreto, de efecto inmediato, reconfigura las reglas del juego en la seguridad internacional, elevando el riesgo de escaladas bélicas. Mientras el mundo procesa esta alarmante evolución, surgen preguntas cruciales: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar Rusia? ¿Cómo responderán las potencias occidentales a esta nueva amenaza?
Una cosa es cierta: la era de las certezas nucleares se tambalea, y el mundo observa con inquietud cómo Moscú redefine las líneas rojas de su estrategia de defensa.